miércoles, julio 09, 2003

Ayer, mientras intentaba el sueño, las voces regresaron.

Comenzó como una melodía enferma, suave y lejana; luego, la primera de las voces, delgada como un gemido, se dejó sentir con una frialdad casi metalizada. Hablaba de la oscuridad; específicamente, se refería a los departamentos de los pisos superiores, allí donde la humedad ha derivado en grietas que filtran la noche.

La segunda de las voces tardó en responder. Primero, nombró al óxido como a un antiguo enemigo; largo rato habló de sus conquistas. Luego hizo una pausa para convocar una imagen inequívoca: eran sus manos de manchas rojizas, el nuevo territorio de su angustia.

Esta vez ninguno de ellos habló de mí.