lunes, julio 26, 2004

 
Cuándo ocurrió exactamente, lo ignoro. Sólo sé (o entiendo) que ella puso alguna vez sus manos en ese barandal de piedra.

La noche vibraba con la ciudad al fondo, mientras el índice desnudo de la mujer recreada le confiaba una distraída caricia a la aspereza gris del puente que no sabe de este mundo más que reproducir su silencio.

Y la mujer se detuvo.

Adivino su gesto que presintió el vacío, su anónima figura que se inclinó sobre la piedra para reconocer la distancia que finalmente la consumiría.

Pensó, lo sospecho, que ejercería así el derecho a la renuncia, a la liberación redentora.

Se equivocaba. Tan cierto como el cuerpo que ahora se detalla en mi mesa de trabajo; tan real como este rostro inexpresivo que mañana despertará al dolor profundo, al llanto y a la melancolía artificial que lo ha llamado a ser.

Un experimento más con un fin común; un nuevo destino de piedra y de vacío.