martes, noviembre 23, 2004

En las horas de amargura, imagino bolas de zafiro, de metal. Soy dueño del silencio.

-A. Rimbaud

Ciudad en llamas, ciudad inabarcable. No basta la mirada para hallar tus fronteras. Pero estás en mis ojos, que reproducen fieles tus luces como una acuarela diminuta. Entiendo que tu reflejo debe ser fuego en la piel de mi rostro, pero no hay calor sino sólo la fría respuesta de tu eco. Y persisto: de pie en el balcón veo a lo lejos las naves de reconocimiento que te sobrevuelan en círculos como insectos hambrientos de inmundicia. ¿Qué buscan, si “el arribo” es apenas un vislumbre, una sospecha? ¿O sólo merodean para que la noche se vuelva en sí misma, se recoja, enlutesca de su propia muerte?

Aquí, de pie, de frente a la ciudad aborrecida. Las tempestades despiertan trayendo consigo a los ángeles eléctricos que bailan su danza fugaz sobre las calles y los altos edificios de concreto raído por los años y las guerras. Los niños del ácido pronto recobrarán sus ojos húmedos y sus pálidas mejillas de grises surcos descendentes. La tierra implorará por sus ancianas pieles cuya atroz condena es gotear la carne impaciente y puntual que es ya alimento de un siglo en el que la infancia es hoy un mito y mañana una mentira. ¡Bailen pues, roben, destruyan! Nada impedirá que sean muertos en vida, niños-cadáveres en bulliciosa procesión hacia el infierno que nunca se hartará de nutrirse de sus almas transparentes. O sueñen, pues; finjan que sueñan porque jamás despertarán y su dormir será eternizarse en la nada, que también los sueña. Es decir: la pesadilla. Es decir: el otro lado del paraíso.

El sonido de los relámpagos llega tarde a mis oídos. La ciudad se ilumina fugazmente. El viento juega a reconocerse en mi rostro. Siento cómo el aire se astilla y me hiere la carne, agita mis cabellos, se azota enloquecido contra puertas y ventanas. Las manos invisibles del viento me empujan a la orilla, pero no caeré, no esta noche: aquí me quedaré, sembrado al concreto que los hombres erigieron para coronar un sueño del que la muerte los desterró. Seré por unos minutos el firme estandarte de una generación que aborrece la historia porque sus páginas la excluyen, la escupen como a los huesos secos del último animal sobre la Tierra.

Y entonaré en voz baja, muy baja, casi en el nivel del pensamiento, la canción del exilio interior.

Entonces llegará la lluvia, y cabalgará en ráfagas sobre los campos de luto. Y seré el único, el mudo testigo de su vano intento por lavar la honra de mi especie.

2 Comments:

Blogger Alberto Espejel Sánchez said...

visita esta pagina.... tal vez encuentres algo interesante que comentar al respecto...felicidades por tu blog

8:10 p.m.  
Blogger Jorge Santana said...

de verdad felicidades, mucha verdad tienen tus palabras, aunque es prosa, se mueve con facilidad, es como un baile, me gusta de verdad, no complicaste demasiado.

12:50 a.m.  

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